El viernes 8 de septiembre los esperamos para el cierre de la obra «Todo lo que entra en un lápiz» de Cachencho Olivera, quien estuvo expuesto, en el Centro Cultural Benito Quinquela Martín, sólo con un lápiz y papel queriendo mostrar todos los dibujos que esconde un lápiz en su corazón. La performance comenzó el 10 de agosto y culminará el día que se termine el lápiz.

Olivera descubre los sueños en un lápiz y emprende la huida, una huida cuyo rastro se desvanece en líneas que nos desvela esos sueños, casi inaccesibles pero develados a los ojos, a quien observa, los dibujos son cosas, las cosas contienen murmullos, y la incontenible fuerza se sucede en trazos, y el mundo inextricable ya no es una utopía. Dibuja, es cadencia en el trazo, rinde un homenaje a la línea en esa incesante necesidad de saber lo que puede un lápiz, como si dentro de este quisiera descifrar el enigma de un Aleph, que ya no es esférico, sino que se muestra en un surco entre su alma y su tristeza. Su aliento insufla de vida al papel, los crujidos del grafito desvaneciéndose en una caída en el tiempo se convierten en sonrisas, en ácido sosiego, quienes lo acogen saben que en sus ojos los tigres de Delacroix duermen la siesta. 

Y están allí sus manos, con una enarbola el lápiz y con la otra sostiene el viento, si cerramos los ojos ya no existe, pero sabemos que el mundo sigue creándose, así como cuando Picasso de niño dibujaba un perro y el perro dibujado labrada y salía corriendo. Los trazos de Olivera están cargados de murmullos que solo los niños pueden escucharlos, porque solo en los niños la posibilidad de otros mundos es una certeza, un nuevo animal, un sentimiento aun no dicho, un color que aún no conocemos, el silencio, lo que no tiene nombre.

La caída es inminente, alguien muy parecido a Conrad Von Gesner llora en la multitud, porqué la materia zozobra ante el desgaste, pero allí están presos en el papel, el demiurgo sopla la viruta de su regazo y se limpia los dedos hollinados en el pantalón, y el vago silbido de sus criaturas es una música de honestas intenciones, el demiurgo ha dejado tras de sí sus vástagos, tan enigmáticos como hilarantes se acercarán en lentas procesiones a quienes, con la luz y la oscuridad, testigos de lo que un lápiz puede.